Me voy a
referir en esta oportunidad (antes que pierda el tema de mi mente) a las
declaraciones del Sub Oficial PNP José
Miguel Millones, quien decidió someterse a la prueba del bolígrafo y de
esta manera participar en el casi novel programa “El Valor de la Verdad”, el que es conducido por el periodista Beto Ortiz, transmitido en el canal 2.
En realidad
no voy a realizar un análisis legal esta vez, tan sólo voy a dar un comentario
sobre la doctrina castrense, la cual
conozco bien, porque en su oportunidad fui cadete del Colegio Militar Leoncio
Prado.
La doctrina
es muy amplia, pero es preciso sólo revisar lo pertinente respecto a la
permisibilidad sobre las declaraciones en medios periodísticos televisados o
no. Es verdad que cuando uno se incorpora a la vida castrense en general le
inculcan el “obedecer”, no precisamente “sin dudas ni murmuraciones”, pero sí
hay que seguir un “conducto regular” para obtener la satisfacción de alguna petición,
sea esta para el bien particular o también el general (me refiero a un grupo o compañía
de sujetos). Es así que cuando uno requiere algo (entiéndase en el más general
de los extremos) o necesita ejercer alguna actividad que se prevea pueda afectar
directa o indirectamente a la institución a la que uno pertenece, tiene que
conseguir antes una autorización de su superior, la cual puede tardar un poco
de tiempo, máxime si la autorización de lo que se quiere realizar necesitase
obtener el visto del jefe de la unidad en la que uno está incorporado o de
alguna otra autoridad externa. Dentro de este ejercicio, por supuesto que se
incluye a las autorizaciones previas a realizar alguna declaración en un medio
de prensa escrito, televisado o radial (u otros análogos).
Qué duda
cabe que el Sub Oficial Millones tuvo que (…) solicitar una autorización. Está
claro también que no lo hizo, ergo, incumplió
una regla pre establecida. Sin embargo, lo que dijo hasta donde científicamente
se puede comprobar estaría dentro de la “verdad”.
Y me atrevo a llegar a esta conclusión, asumiendo claro, que el mencionado
programa cumple con realizar la “prueba
del bolígrafo”, bandera de transparencia. Los hechos no tienen por qué
probarse, lo que se prueba son las versiones en torno a los hechos, el hecho es
que se ejecutó la “Operación Libertad”,
la versión oficial del Estado fue que esta fue exitosa, la versión más
fidedigna es que esto no fue así, ergo,
el Estado mintió o tal vez decidió mostrarle al pueblo una versión inexacta de
lo acontecido, que al final parcial o no, es una mentira.
El hecho
fue que dos miembros de la PNP fallecieron, una versión fue que fallecieron
como héroes de combate y que murieron en cumplimiento de sus funciones; sin
embargo, la versión más fidedigna es que murieron por negligencia de su
superior (específicamente el Capitán encargado de la misión) quien al no descender primero del
helicóptero, según las reglas internas lo establecen, envió a probar mejor
suerte (o directo a la muerte) a dos de los miembros de su equipo (patrulla o
como lo quieran llamar), ergo, quien
debió morir (al menos en conjunto con) fue otra persona en cumplimiento de sus
labores, lo cual no pasó. Casualidad no existe, existe la “causalidad”; en esa inteligencia la “causa” del mal resultado de la operación fue la negligencia, mal
manejo, impericia (incluso la cobardía) de quien estuvo encargado de la misión.
Esto no es un hecho, es una afirmación, y según una prueba científica, “certera”
de lo sucedido. Así, hay otras inconsistencias entre la versión del Estado y la
versión contraria, que se puede confrontar con la versión que el mencionado Sub
Oficial PNP ha ofrecido, la cual recalco es certificada de “verdadera”.
Enfrentar valor
“verdad” con valor “lealtad” o valor “obediencia”. Cuál es lo correcto. Voy a
ser sincero, lo correcto es lo que nosotros creemos acertado porque nos lo
inculcaron o lo aprendimos, de tal manera que para alguien que le inculcaron o
aprendió como correcto –por ejemplo- no mentir, no compartirá el proceder de
aquel a quien le inculcaron o aprendió como correcto “mentir
circunstancialmente”. De manera que si el que lee esto ya entendió la
respuesta, no voy a ponerla más en evidencia. Lo que voy a formular es que toda
regla no es “aceptable socialmente”,
habrá algunas reglas (normas) que serán racionales (es decir fruto de un
proceso lógico) y otras que serán falacias;
digamos que un buen ejemplo de estas son las reglas ideológicas, como las que
se dan en razón de la autoridad o el servilismo.
Lo inculcado
en los claustros de la vida castrense es que los “trapos sucios se lavan en casa”, ergo, “si hay algo errado en el sistema castrense no se tiene porque
dar a conocer al exterior”, ergo,
“si el exterior no lo conoce, nadie del
exterior lo podrá criticar”, ergo,
“si nadie dentro del sistema por sus
propios medios logra cambiar las normas ideologizadas (falacias) aceptadas, por
normas razonadas, nadie cambiará el sistema”, ergo, “el sistema no cambiará nunca”, ergo “aunque las normas sean
ilógicas o degradantes no se podrán denunciar”, ergo, “en el sistema social se
puede aceptar procederes arbitrarios en algunos sectores”.
Esto último
es lo peligroso. Distinto es que al militar antes del combate le digan que
incursionará en un ataque sorpresa sin mencionarle el lugar (por tanto se le prevé
de alistar sus implementos), y distinto es, que al militar antes del combate le
digan que irá a realizar un curso (o cualquier otra actividad) sin mencionarle
el lugar (por tanto no se le prevé de alistar sus implementos necesarios). Como
consecuencia los resultados en ambas premisas serán distintas. En la primera
premisa el sujeto irá al lugar (no conocido hasta que llegue), pero llegará y
podrá combatir pues ya sabe que va a luchar. En la segunda premisa el sujeto
llegará a un lugar donde no hay un curso (u otra actividad) y no podrá combatir
pues no habrá llevado los implementos necesarios. Como verán no hay mucho más
razonamiento que realizar.
Ahora esto
para los seguidores de la doctrina militar “la
doctrina del silencio”, quizás debería desembocar en el hecho de reclamar
en el interior de su unidad “lavar los
trapos en casa”, con el riesgo que nadie haga nada. Lo que harían los
detractores de este sistema no lo voy a comentar porque es evidente lo que
decidirían.
El problema
de las reglas (normas) falaces es que tienen tan buen argumento (mucho
contenido bueno) que logran confundir a quienes van dirigidos, incluso hasta el
mismo argumentador de la norma.
Sin embargo,
estas normas no superan el test de
racionalidad, ni tienen contenido lógio, como lo que he tratado de
demostrar líneas arriba.
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